Cayendo al horizonte (Mensajero)
Capítulo I: Camino al diccionario.
Capítulo I: Camino al diccionario.
Pensaba que estaba sentado
escribiendo, las letras corrían por si solas, solo estaba plasmando, lo que
fue, iba y está ocurriendo, sonidos, colores, olores eran una sinfonía de diversas
manipulaciones de lo que estaba sucediendo, alegrías, tristezas se entonaban en
la avenida de que todos y cada uno formábamos. Cada pensamiento de las ideas
escurría por mis manos, deslizaban por mis codos, se impregnaban por mi pecho, huían
por mi espalda. Cercanos buscaban semejanzas en cuentos, retratos, añoranzas de
lo que iba ocurrir, lo que intentan hacer. Verdades, razones, heroísmos, traiciones, algo que avalara
supuestas ilusiones. A lo lejos se aproximaban grandes, gigantes tormentas de
sustentaciones, formas, maneras de
enrielar cada sonido que vibraba. Cerca de mi cogía, soltaba, tomaba mi espada
para cortar cada silencio, chillido que hilaba las tormentas. Disolvió lo
establecido los asuntos con y sin
sentido.
Varias noches, días, tardes percibía las notas cuando las hojas cedían
ante el agua reunida de los llantos de los inconformistas, las revolvía en el
caldero de los gritos de los perdedores. Se acercaba un muchacho con atuendo de
jardinero pensando que era el agua para las plantas. Lo mire, me miro, tome mi
espada que atravesó sus músculos, bailo en sus tendones y rego todas las
plantas. No era su sangre o el agua del caldero, eran los anhelos de cuidar la
imagen que se formó en sus pensamientos.
Muchas veces pensé que era un
guerrero, la espada que llevaba, cogía, tomaba, jugaba, sufría, lloraba, soñaba
en los deseos de mis protegidos, asesinos, cercanos y los haces de luz chillaba
hasta mis lejanos. Cientos miles de millones de segundos se congelaban cuando
se intentaba ensuciar lo que algunos tomaban como historia.
Cuando iba al conocimiento,
algo llamado pares observaba el camino que estaba siguiendo. Ese aroma que
llevaba no era mío, tuve que girarme y volver a dar el paso que me llevo a otro
paso, a veces avanzada con la espada que estaba cargada en mi sur. Cuando el
peso elevaba mis talones, buscaba el aroma que era mío. El atraso de mis
recuentros formulo otro viaje que lo aplace para ir con mi disonante. Me
desagrada de tal manera, pero ahí estaba ella, definiendo cada estrella.
Después de leer la etiqueta de
que algo me reflejaba en el rio, pastos y leñas formaron el concepto de misión,
estuvo latente en el viaje junto a mi espada. De un tropezón observe las
primeras letras, al saltar ella continuaba en el altar. La distancia me dejo
caer pasando junto a mi miguel.
Los bullicios dieron paso al
día, las indecisiones a la tarde, la clarividencia a la noche, el anhelo en
madrugada, viaje en mi centro, pasando
por distancias de tempestades. Mi escudo bailaba de norte a oriente. El
mediodía inspiro mi fuerza. La tierra de enemigos respondió, preguntando ¿serás
nuestro siervo o eres de los nuestros? Me quite mis sandalias, anuncie mi texto,
marco las puertas con mi espada ardiente.
Acaso buscas tu sepultura
¿responderás o consideras tu espíritu? Desnudas están mis manos. Llego el
defensor asignando visiones a los crédulos. Me cantaron, ora por tu razón y
juicio. Mire, me observaron, varios patriarcas me acusaron. Mientras el horno
de mi interior se apagaba. ¿Qué es mi defensor? Mis escudos ondeaban aun en el
espejo de mis pisadas. Caía nuevamente hasta un brote de agua.
Su aparición calma el dragón, la estatúa de mi interior.
Había perdido una parte de mí, aceptando una de ellos. Ideas combatían en mi
pecho, se secaban rasguñando mis miembros. Buscaba a lo lejos el germen de su
culto. Cada vez estaba más lejos de los colores pasteles. Mi espada e escudo
atrapado en la gravedad de sus impuestos. De lo establecido me apodó Mensajero
su jardín siniestro. Acepte su fiesta como si fuese mía, viole sus alimentos,
me penetraron con sus licores. Se nublo
todo entendimiento, perdí mis armamentos en las definiciones de sus plantas
ilusorias.
Trastornado
en conceptos de sus raíces, Fui, era, soy mensajero, guardián, guerrero,
escritor, una puta más de sus dominios.
Secuestraba sus robos, asesinatos, caminaba en su ira, resguardaba sus
temores. Cogí cada palabra trozándola,
entinte mi sable, espada, escudo, volví a dar pasos, todo era distinto al salir
de su jardín. Anhele ver a mi disonante. Ahora vuelvo a dar pasos, en las raíces
de sus historias y en el reencuentro de las nuestras.
Continuara…
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